Lo multisensorial en el acercamiento a los sitios arqueológicos

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La aspereza o suavidad de la roca no está en la roca

Estoy sobre una camioneta 4×4 en la ruta que sube desde Chiu Chiu hacia diversas localidades en el curso del Loa medio y alto en el desierto de Atacama. Es la primera vez que estoy en esta ruta, sin embargo, he oído muchas historias sobre este sector del territorio y su paisaje. Mi padre creció acampando innumerables veces junto a este río mientras vivía en Chuquicamata en la década del ‘60. El traslado se vuelve para mí un aparecer continuo del flujo de una memoria que me fue transmitida a través de la oralidad durante mi niñez en Santiago. El cañón del Loa, se me aparece como una gran cicatriz en medio de la extensión desértica. Enormes volcanes al fondo imponen una presencia monumental extendida a través del tiempo. No puedo no pensar en lo fácil que debe haber sido para los agentes de la dictadura cívico-militar hacer desaparecer los cuerpos de las y los detenidos en medio de esta inmensidad, y en la tortura que ha significado para las familias esa búsqueda eterna en medio de estas soledades.

Ahora camino junto al río y este paisaje se me va metiendo en el cuerpo. El calor intenso, el viento que me roza la cara refrescándome, la percepción de su sonido que viaja desde lejos cañón abajo hasta tocarme los oídos. El sonido del agua del río fluyendo suave cuando estoy cerca, y enmudeciendo cuando lo contemplo desde lo alto del cañón. El olor de la hierba ‘ricarica’ —a la que acá llaman ‘monte’, tal como también le llamaba mi abuela paterna— mientras transito un sendero. La rugosidad de algunas rocas, la suavidad de otras. El contraste de la temperatura entre las que están al sol y las que están a la sombra. Mi respiración agitada luego de unos minutos de caminata ascendente. Una leve sensación de mareo generada probablemente por el calor y porque me encuentro a alrededor de 3.000 metros sobre el nivel del mar. Todo mi cuerpo imbuido de este paisaje que me parece majestuoso. En medio de estos tránsitos, voy descubriendo una serie de expresiones de arte rupestre en los muros del cañón.

Prendada por este paisaje, resulta imposible considerar estas realizaciones sólo desde la dimensión de mi experiencia visual. Me parece innegable que el modo en que experimento el encuentro con estas creaciones artísticas está dado por la influencia que genera en mi corporalidad el paisaje en que los sitios arqueológicos se encuentran insertos. Me refiero a una experiencia que está lejos de ser solo visual, pues mientras observo colores y formas, emerge también una cierta conciencia de la aspereza o suavidad de la roca, de sus volúmenes, de su temperatura, de los sonidos y olores del entorno, de la proximidad de mi cuerpo en relación con esto que estoy percibiendo, de la emoción propia y de mis compañeras y compañeros del equipo, y de los afectos que surgen en mí al encontrarme frente a estas creaciones milenarias, al mismo tiempo que observo el surgir de una capa de mis propias memorias en relación a este territorio. Todo esto como un flujo de estímulos e información, las que a través de diversas vías sensoriales, integran y generan mi experiencia de apreciación de las creaciones de arte rupestre presentes en el cañón del río. 

A partir de esta experiencia de estar en terreno surgen preguntas que apuntan a considerar y dilucidar el rol del cuerpo, tanto en la realización como en la apreciación del arte rupestre: ¿cómo nuestra corporalidad contemporánea experimental nos permite estudiar el efecto de la corporalidad de las y los artistas implicados en la generación del arte rupestre del Norte Grande de Chile?, y ¿qué aproximaciones al cuerpo, surgidas desde la danza, pueden aportar al estudio de este fenómeno? Desde el campo disciplinar específico de la danza, ésta tiene el potencial de ampliar nuestra sensibilidad perceptiva, lo que podría constituir un modo alternativo para la generación de investigación situada desde una perspectiva corporizada que considere la inseparabilidad del cuerpo y lo percibido. En este sentido, preguntas como estas plantean perspectivas para el análisis de este tipo de expresiones artísticas que consideren y evidencien el rol mediador del cuerpo de quienes investigan. Integrar la experiencia de los cuerpos de las y los investigadores en los sitios arqueológicos podría llevarnos a ampliar nuestras consideraciones sobre el arte rupestre y las prácticas que lo produjeron, en especial, en relación con el rol de la corporalidad de las y los artistas que lo generaron. También nos permitiría encontrar nuevas formas de divulgación y mediación del arte antiguo entre y con las comunidades. Porque la aspereza o suavidad de la roca no está en la roca, sino en un ‘entre’ la roca y mi cuerpo que la percibe.


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