Más allá de las categorías

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Lenguaraz es quien “domina dos o más lenguas”. Es una palabra bella; sedosa al pronunciarla. Su definición es precisa e instrumental; pero oculta aquello que caracteriza a un lenguaraz: su capacidad para ubicarse entre lenguas. Cada lengua descompone el entorno en que surge de una manera específica; de acuerdo a las formas de sobrevivencia que dicho ecosistema impone a quienes lo habitan. En el Ártico, los inuit ven el blanco en una complejidad de la cual el español no da cuenta; en el Amazonas ocurre lo mismo con las tribus que viven rodeadas de ese verde caleidoscópico. Quienes somos lenguaraces sabemos, por experiencia propia, que las lenguas no son equivalentes, que hay mejores palabras para expresar una sensación en un idioma que no en otro, que hay experiencias para las cuales la palabra queda corta. 

El lenguaje se me presenta como una manera de categorizar el mundo. Me gustan las categorías; disfruto ordenar las cosas -por color, por tamaño, por sabor, por textura; las concretas y las abstractas; las peludas y las suaves; las ricas y las asquerosas. Y me produce un gozo infantil decir rica y asquerosa, y pensar al mismo tiempo en rica y pobre, en rica e infértil… Muchas veces, las más de las veces, el sentido de una palabra sólo se puede determinar con precisión conociendo el contexto en que se usa; y esto implica ampliar el foco y percibir relaciones. El sentido está en las relaciones, no en las cosas por sí mismas.

Así mirado, en su extensión por fuera de las cajitas, hacer categorías es un ejercicio productivo; siempre hay cosas que quedan fuera de los rótulos que no dimos al inicio y hay que empezar de nuevo para organizar un sistema que incluya todo lo que tenemos sobre la mesa. También puede obligarnos a ampliar aún más la mirada y preguntarnos por quién inventó una categoría –cuál es su historicidad–.

Cuando pensamos en arte, ciencia, prehistoria, conciencia, cuerpo, mente, experiencia, estamos pensando en cajitas que entraron en nuestro lenguaje de uso cotidiano como parte de un sistema de opuestos, equivalencias, palabras afines, etc. Y, dentro de dicho sistema, en su atravieso de la historia, al tiempo que su sentido iba cuajando en una pseudo “esencia”, iban revistiendo de poder. 

No me gustan los binarismos. No me gustan porque, en cada uno de ellos, un término es más valioso que el otro: ciencia tiene más valor que arte; arte tiene más valor que artesanía; conocimiento tiene más valor que saber; ciencia básica tiene más valor que ciencia aplicada…

Entre cuerpo y mente, el cuerpo siempre pierde; y, con él, todo aquello con lo que se le asocia: arte, artesanía, saber, ciencia aplicada.

No obstante, cuerpo y mente no existen como elementos separados más que en el discurso. Y, entre el arte y la artesanía, la verdad es un continuo y no dos opuestos. La investigación en artes a través de la práctica, coloca la experiencia individual en primer lugar. Intenta llevar a palabras algo que ocurre en el mundo gracias a un entrenamiento psico-físico sofisticado donde la intuición y la imaginación juegan un papel preponderante.

Suele cuestionar las categorías, porque trabaja con fenómenos emergentes que las desafían. Ocurre en una extensión temporal y en un uso del espacio extendido, con una dedicación y compromisos personales que se resisten a la rentabilidad de la producción en serie. Muchas veces, de hecho, una obra es el producto de un grupo de personas involucradas.

Poner en primer lugar la pregunta por el proceso a través del cual un grupo de personas intervienen en el entorno para hacer arte, nos obliga a repensar muchas cosas para describir y comprender lo que allí ocurre. Después de ver las réplicas de las  pinturas de la cueva de Lascaux, por ejemplo, no puedo seguir hablando de arte primitivo; esos toros de expresividad exquisita son sofisticados y complejos. En los aleros rocosos del Loa, la piedra no es un lienzo en blanco donde los atacameños dibujaron; aquí, en la piedra ya está aquello que esos artistas podían ver. ¿Si dejamos de pensar que el lenguaje viene antes que el entorno, si dejamos de anteponer la explicación a los fenómenos mismos, si suspendemos el juicio, qué nos imaginamos? Porque la investigación es eso, imaginar cómo son las cosas.

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